LAS ENSEÑANZAS DE HURIYYA[1]
I
Un día pensé en partir. Un jilguero
se posó en mi mano y se durmió.
Me bastaba con acariciar el pámpano de una
parra, deprisa,
para que ella supiera que mi copa estaba llena,
acostarme temprano
para que ella viera mi sueño y prolongara su noche para
velarlo,
que una de mis cartas llegara
para que ella supiera que mi dirección había cambiado
en el seno de las cárceles y que
mis días revoloteaban en torno a ella
y ante ella.
II
Mi madre cuenta mis veinte dedos de lejos.
Me peina con un mechón de su cabello dorado.
Busca en mi ropa interior a las mujeres desconocidas
y zurce mis calcetines rotos.
No he crecido en sus manos como deseábamos, ella y yo.
Nos separamos en la pendiente de mármol.
Las nubes nos hicieron señas, a nosotros y
a unas cabras que heredarán el lugar.
El exilio nos crea dos lenguajes:
Dialecto, para que las palomas se entiendan
y guarden el recuerdo,
y literal, para que explique a las sombras
su sombra.
III
Permanezco vivo en tu océano.
Tú no me has hablado como una madre a su hijo
enfermo. He sufrido la luna de bronce
sobre las tiendas beduinas.
¿Recuerdas el camino de nuestro exilio hacia
Líbano, donde te olvidaste de mí
y de la bolsa de pan? (El pan era de trigo).
No grité para no despertar a los guardianes.
El perfume de rocío me posó sobre tus hombros,
gacela que perdió allí su albergue y su macho.
IV
No tienes tiempo para las palabras
sentimentales.
Has amasado la albahaca todo el mediodía,
y para el zumaque has cocido la cresta del gallo.
Sé lo que carcome tu corazón, traspasado por
el pavo real,
desde que te cazaron por segunda vez
del Paraíso.
Nuestro universo entero ha cambiado y nuestras voces
se han transformado.
Hasta el saludo entre nosotros ha caído
sin ruido,
cual botón de un traje en la arena.
Dame los buenos días,
dime cualquier cosa, para que la vida me trate
con ternura.
V
Ella es la hermana de Hayar, hermana de
madre.
Llora con las flautas de los difuntos que no han muerto.
No hay ninguna sepultura alrededor de su jaima
para que sepa cómo se entreabre el cielo,
y no ve el desierto detrás de mis dedos
para distinguir su jardín en el rostro del
espejismo.
El tiempo anciano la lleva corriendo
a una broma necesaria: su padre
ha volado como el circasiano en el caballo de la
boda, y su madre ha preparado, sin llorar, la alheña
para la otra mujer de su esposo
y ha examinado su ajorca.
VI
Nuestros encuentros no son sino despedidas
en el cruce de conversaciones.
Me dice, por ejemplo: cásate con cualquier forastera,
más bella que las hijas de nuestro barrio.
Pero no creas a otra mujer que a mí,
ni creas siempre a tus recuerdos.
No te consumas para iluminar a tu madre.
Ese es su hermoso deber.
No anheles una cita con el rocío.
Sé realista, como el cielo. No añores
el manto negro de tu abuelo ni los regalos
de tu abuela.
Lánzate al mundo cual potro.
Sé tú mismo allá donde estés. Lleva
sólo el peso de tu corazón, y regresa,
si tu país se extiende a todos los países
y cambia de situación.
VII
Mi madre ilumina las últimas estrellas de
Canaán en torno a mi espejo
y arroja su chal en mi último poema.
[1] Nombre de la madre de Mahmud Darwish.