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Editora: María Luisa Prieto
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Mahmud Darwish
Traducción del árabe:
María Luisa Prieto
ALDEANOS SIN MALICIA
Yo no conocía todavía las costumbres
de mi madre ni a su familia
cuando los camiones vinieron del mar.
pero conocía el olor del tabaco en torno
al manto de mi abuelo
y el perfume eterno del café, desde que nací,
como nacen aquí los animales domésticos:
de un solo empujón.
Nosotros también gritamos cuando descendemos
al borde de la tierra,
pero no depositamos nuestras voces
en jarras antiguas. No colgamos la cabra en el muro,
no pretendemos el reino del polvo
y nuestros sueños no se asoman
a las viñas de los otros
ni rompen las reglas.
Mi nombre no tenía todavía su pluma
para que yo saltara más lejos que la tarde.
El calor de abril era como los rabeles
de nuestros visitantes de paso,
nos hacían volar cual palomas.
Tengo mi primera campana.
El encanto de una mujer me inclina
a oler la leche en sus rodillas
y huir de la picadura de los manjares.
Nosotros también tenemos un secreto cuando
el sol cae de los álamos: nos arrebata
un deseo de llorar por alquien que ha muerto en vano.
Está muerto.
Nos arrastra un anhelo de ver Babilonia o
una mezquita de Damasco, y una lágrima del zureo
de las palomas en el camino eterno del dolor
nos llora.
Aldeanos sin malicia ni arrepentimiento
en la palabra. Nuestros nombres,
como nuestros días, se asemejan.
Nuestros nombres no nos designan del todo.
Y nosotros nos colamos en la conversación
de los huéspedes.
Tenemos cosas que decir de la tierra
a la extranjera
cuando ella borda su chal
pluma a pluma
del cielo de nuestros pájaros que vuelan.
El lugar no tenía otras ataduras que los acedaraques
cuando los camiones vinieron del mar.
Preparábamos la comida de nuestras vacas
en su aprisco, ordenábamos nuestros días en
armarios hechos con nuestras manos,
nos ganábamos el afecto del caballo
y hacíamos señas
a la estrella errante.
Nosotros también subimos a los camiones.
El brillo de esmeralda en la noche de nuestros olivos
y los ladridos de los perros a la luna
pasando sobre la torre de la iglesia
fueron nuestros compañeros de vela.
Pero no teníamos miedo: nuestra infancia
no nos acompañaba. Nos contentamos con una canción:
Volveremos dentro de poco a nuestra casa...
cuando los camiones vacíen
el excedente de su carga.