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Editora: María Luisa Prieto
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Traducción del árabe:
María Luisa Prieto
UN DÍA ME SENTARÉ EN LA ACERA
Un día me sentaré en la acera, la acera del extranjero.
Yo no era un narciso, aunque defendía mi imagen
en los espejos. ¿Has estado alguna vez allí, extranjero?
Quinientos años pasados y acabados, y nuestra ruptura continúa,
allí, indefinida. Entre nosotros las cartas continúan, y las guerras
no han modificado los jardines de mi Granada. Un día pasaré por sus lunas
y frotaré mi deseo con un limón. Abrázame para que renazca
de los perfumes de un sol y un río sobre tus hombros, de los pies
que arañan la tarde y ella vierte lágrimas de leche a la noche del poema.
Yo no fui un pasajero en las palabras de los cantores: yo era sus palabras,
la paz de Atenas y Persia, Oriente abrazando a Occidente
en el viaje hacia una misma esencia. Abrázame para que renazca
de las espadas damascenas en las tiendas. No queda de mí
más que mi vieja armadura y la silla dorada de mi caballo. No queda de mí
más que un manuscrito de Averroes, El collar de la paloma y las traducciones.
Yo estaba sentado en la acera, en la plaza de las margaritas,
contando las palomas: una, dos, treinta... y a las muchachas que
robaban la sombra de los arbustos sobre el mármol y me dejaban
las hojas de la edad, amarillas. El otoño ha pasado para mí, y no me he dado cuenta.
Todos los otoños han pasado, nuestra Historia ha pasado por la acera...
y no me he dado cuenta.